C. M. MAYO
El último príncipe del Imperio Mexicano

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Érase una vez, o debería decir hace más años de los que quisiera contar, me invitaron a un almuerzo en la ciudad de México. Ahí, en el comedor, había un retrato antiguo, extraordinariamente bello, de un joven ¿tal vez inglés? con un rifle al hombro. El escenario incluía un nopal y, en lo alto de una colina, al fondo, como una pintura renacentista...

¿Era el castillo de Chapultepec?

Sí, me dijo mi anfitriona, mientras nuestro platón de ensalada venía en los brazos de la muchacha.

¿Y quién era el joven?

Agustín de Iturbide y Green, el príncipe de México.

Nunca había oído hablar de él. Esto me asombró. Tenía poco de haberme casado con un mexicano, y me consideraba una persona culta. En ese momento me di cuenta de que nosotros, los supuestamente bien educados norteamericanos, rara vez abrimos la mente a las ricas complejidades de nuestro vecino del sur. Esto es en parte porque nos dejamos arrullar en la ilusión de que ya "conocemos" México. Nuestros medios de comunicación nos inundan con imágenes prefabricadas: el bracero, el bandido y el torero y el mariachi, el narcotraficante, el funcionario corrupto con su Rolex, su yate, sus fines de semana en Las Vegas, los pobres con sus sombreros y sus huaraches, la ubicua Frida de cejas unidas y esas playas de arena de azúcar sin más gente que, tal vez, unas rubias de piernas largas en bikini.

¡Un príncipe! Esto significaba una aristocracia, un teatro para el poder: social, político, financiero, económico, militar. Ciertamente han estallado revoluciones en contra de esta idea, pero puede decirse que, para muchas personas, una monarquía y, por extensión, la familia real, funcionan como punto focal de la identidad y la unidad de una nación. Para la mayoría de los norteamericanos y los mexicanos de hoy, la idea es absurda. Pero mientras estoy escribiendo estas líneas, los belgas todavía tienen su rey, y el Reino Unido su reina.
En estos días, normalmente, uno satisface cualquier curiosidad ociosa con una búsqueda en la internet. En aquel entonces, mi búsqueda no dio ningún resultado.

Unos meses después, a la mitad de libro Maximilian and Juárez, de Jasper Ridley, me topé con el capítulo "Alice Iturbide". Mi sorpresa al encontrar una compatriota mía en un momento tan lejano de la historia, en la cúspide de esta aristocracia mexicana
a la vez antagonista y víctima, motivada y cegada por quién sabe qué mezcla de ambición, avaricia, amor, patriotismo prestado o ingenuidad me intrigó tanto que de inmediato supe que quería explorar y expandir la historia en una novela.

Escribir un libro es como escalar una montaña: paso a paso, finalmente llegas a la cima, aunque quizás una, dos o 100 veces tengas que pasar la noche al rigor de la intemperie o desandar un camino sin salida y empezar de nuevo. En mi caso, antes de alcanzar cualquier altura, sentí que había caído para usar una expresión mexicana en un berenjenal.


El berenjenal era mi lectura inicial de las obras más importantes del período. En éstas, la historia del pequeño príncipe aparece erróneamente contada o se le da tan poco espacio que, bueno, no era nada como para inspirar una novela.

Esto es sorprendente, dado el copioso trabajo de investigación que se ha hecho sobre el Segundo Imperio, bien documentado en la historiografía, del cual lo más reciente es la obra El Segundo Imperio: Pasados de usos múltiples, de la historiadora mexicana Erika Pani, publicado en 2004. En adición, el ascenso y caída del Segundo Imperio, el hundimiento de Carlota en la locura y los últimos días de Maximiliano y su ejecución se han relatado una y otra vez en películas, series de televisión y documentales, así como en obras de teatro, óperas, poemas épicos y novelas, pero nunca, aparte de un par de artículos problemáticos, se le ha dado a la historia del pequeño príncipe una obra propia.

Volvamos al berenjenal. Ridley sostiene que Alice se casó primero con Agustín Gerónimo, hijo mayor del emperador Iturbide, y que después de la muerte de éste se casó con su hermano Ángel. En la oficina del Registro Civil de Washington D.C, encontré que la boda de Alice y Ángel tuvo lugar el 9 de junio de 1855, pero no hay ninguna evidencia del supuesto matrimonio con Agustín Gerónimo. De hecho, como lo demuestra la amplia documentación que hay sobre la familia Iturbide en los archivos de la Biblioteca del Congreso, el solterón hermano mayor viajó con Ángel y Alice de París a Nueva York, donde, después de muchos años de mala salud, murió en diciembre de 1866. (Ahí, para cualquiera que desee verlas, están las microfichas y las cuentas del hotel Clarendon, de Nueva York, las de un doctor John Metcalfe y las del traslado de los restos de Agustín Gerónimo a Filadelfia, donde fue sepultado en la cripta familiar de la iglesia de Saint John the Evangelist.) En cuanto a Ángel, de acuerdo con una genealogía de la familia Iturbide, impresa por medios privados, murió en la Ciudad de México en 1872. (Haga clic aquí para ver la genealogías de la familia Iturbide.)

La obra mejor conocida sobre el Segundo Imperio
y la primera basada en investigaciones en el archivo de Maximiliano en el Haus-, Hof-, und Staatsarchiv de Austria, Maximilian und Charlotte, de Egon Caesar Conte Corti ofrece lo que ahora considero un recuento preciso de la pugna de los Iturbide con Maximiliano, pero resumido en una sola página.

Maximiliano íntimo: El Emperor Maximiliano y su corte, una de las indispensables memorias escritas por un testigo el secretario de Maximiliano, José Luis Blasio de manera similar relega a los Iturbide a la más breve de las menciones y se refiere a "el pequeño Agustín, entonces de cinco años de edad e hijo de don Ángel de Iturbide, muerto ya, y de una dama americana". Tres golpes aquí: el niño tenía sólo dos años y medio, Ángel estaba lo bastante vivo como para poder firmar el contrato de Maximiliano, y ¡pobre de ella! Alicia ni siquiera alcanzó la mención de su nombre.

Hay tantos otros, pero un ejemplo más: Maximilian in Mexico: A Woman's Reminiscences of the French Intervention 1862-1867, de Sara Yorke Stevenson, una magnífica en todo lo demás, relega el asunto de los Iturbide a
esto me dejó atónita un retazo de nota de pie de página, a propósito de la huida de Maximiliano de Chapultepec a Orizaba, a finales de 1866.

Leí y leí, pero en estas obras sobre Maximiliano, el Segundo Imperio y la Intervención francesa, ya se tratara de memorias o estuvieran basadas en investigación original, cuando llegaba el momento de referirse a los Iturbide, la historia era siempre la misma: errores distorsionantes y vaguedad.

Por qué, precisamente, Maximiliano desearía tener la custodia de los nietos de Iturbide, y por qué Alicia, su esposo y los hermanos de él aceptaron esto, por lo menos en principio, eran cuestiones que no podía empezar a resolver cuando los Iturbide mismos permanecían en la oscuridad.

Sabía que había archivos sobre el emperador Agustín de Iturbide tanto en la universidad de Georgetown como en la Biblioteca del Congreso, pero yo todavía me encontraba en la ciudad de México. Así que mi primera ruta para salir del atolladero tenía pocas probabilidades, y la encontré gracias al historiador mexicano Eduardo Turrent, quien me dio acceso al archivo Matías Romero del Banco de México. Durante la Intervención francesa, Romero, uno de los grandes estadistas de México, fungió como ministro de la República Mexicana en Washington, donde trabajó activamente contra Maximiliano, cabildeando y reuniendo dinero y armas. En su archivo, entre tesoros incontables, encontré varias cartas de Ángel de Iturbide, solicitando ansiosamente se les permitiera el regreso a México a él y a su familia. Éstas se hallaban fechadas en agosto de 1867, unos dos meses después de la ejecución de Maximiliano. Fueron enviadas desde "Rosedale, cerca de Washington, D.C."



Rosedale, cerca de Washington, D.C.: ésa era mi guía. Cuando fui a Washington, además de buscar entre es los archivos de la Universidad de Georgetown y la Biblioteca del Congreso, fui a la biblioteca de la Sociedad Histórica de Washington, al salón Peabody de la biblioteca pública de Georgetown y a la división de Washingtoniana de la Biblioteca Martin Luther King.

Resultó que la de Alicia era una familia vieja y prominente por ambas líneas. Me sorprendió descubrir, luego de varias visitas a la biblioteca de la Sociedad Histórica de Washington, en aquel entonces sita en la mansión Heurich de la avenida New Hampshire, que la abuela de Alicia, con su gorro de encaje, Rebecca Plater Forrest, era la del retrato que adornaba el vestíbulo. En la avenida Massachusetts, en la soberbia Casa Anderson, la Sociedad de Cincinnati poseía los registros de la membresía de Agustín de Iturbide y Green, descendiente como lo era del héroe de guerra de Independencia, el general Uriah Forrest. Y en la biblioteca de la sede de las Hijas de la Revolución Americana encontré una copia del diario de 1861 de su abuela, Ann Forrest Green. Y respecto a Rosedale, que corona la colina justo detrás de la Catedral Nacional, encontré en distintos archivos numerosos recortes de periódicos, algunos fechados en la década de 1930, que incluían entrevistas con los miembros de la familia de Alicia. También de enorme ayuda me fueron el libro Rosedale: The Eighteenth-Century Country Estate of General Uriah Forrest, de la historiadora de Washington, D.C., Louise Mann-Kenney, y una visita personal a Rosedale, un nevado día de febrero.

Sin embargo, el mayor acervo de información sobre Alice y su hijo lo encontré en un lugar inesperado, porque, hasta donde yo podía determinar, no tuvieron ninguna asociación con éste durante su vida: los archivos de la Universidad Católica de Washington, D.C. El resto de la vida de Agustín de Iturbide y Green es el tema de mi próximo libro, así que aquí bastará con decir que su carrera en la caballería mexicana concluyó de golpe en 1890, cuando lo sometieron a corte marcial y lo enviaron a prisión durante 340 días por haber publicado en un periódico una carta donde criticaba al presidente Porfirio Díaz. Cuando salió libre, él y su madre volvieron a Washington. En 1892, cuando iba sola a la ciudad de México para concluir algún negocio, Alicia murió repentinamente de una infección en el pie. Pronto, otro inoportuno arranque de decir la verdad dio como resultado la expulsión de Agustín del exclusivo Club Metropolitano de Washington, aunque muchos de los miembros consideraron esto tan burdamente injusto que años después hubo un intento, sin su cooperación, de restituirle su membresía.

Y así, quien alguna vez fuera príncipe de México, huérfano, aislado y agobiado por una tuberculosis ósea crónica, empezó a ganarse la vida como traductor de los hermanos franciscanos y, después, como profesor de francés y español en Georgetown. No obstante tuvo un matrimonio feliz, que duró una década hasta su muerte en 1925. El archivo que se encuentra en la Universidad Católica, donado por su viuda, Louise Kearney de Iturbide, contiene sus papeles personales, cuadernos de notas, fotografías y unas memorias de ella escritas a mano, así como muchos recortes de periódicos del área de Washington, entre ellos uno con fecha de 1939: "Memory of Imperial Fame: Princeling's Widow Refreshes Lost History". Aquí aparece el mismo retrato que yo había visto en la ciudad de México.

 

¿Por qué, habiendo hecho tanta investigación original, escribí la historia en forma de ficción? Quería decir la verdad, lo cual significa, por supuesto, presentar los hechos tan fielmente como sea posible, pero también, y esto es lo que me resulta más interesante, contar una verdad emocional. ¿Por qué Alicia, Ángel, Pepa, Maximiliano y Carlota hicieron lo que hicieron? ¿Quién los animó y los apoyó, y quién los criticó, los intimidó y los frustró y por qué motivos? La respuesta no se encuentra sólo en el análisis histórico y político, sino también en su corazón, y el corazón de otros sólo puede experimentarse con la imaginación; esto es, por medio de la ficción.

¿Qué tanto de esto es ficticio y que tanto es real? Nunca lo sabremos realmente. Ya se trate de una novela o de un libro de texto, un personaje no es una persona real: es una mera metáfora. ¿Qué tan buena es la metáfora? Lo único que puedo decir es que, con algunas excepciones menores, necesarias para crear lo que espero sea una armoniosa estructura narrativa, he puesto todo mi esfuerzo en representar los hechos y los contextos con la mayor exactitud posible. Todos los personajes se encuentran basados en personas de la vida real con excepción de Lupe, Chole, los bandidos, las nanas del palacio Olivia y Tere, el asesinado conde Villavaso y el guardaespaldas del príncipe, aunque, en tales casos, hubo personas reales que desempeñaron éstos o muy similares papeles; realicé una investigación extensa sobre la sociología de la época y el lugar a fin de retratarlos, aunque fuera imaginativamente, con tanta exactitud como pudiera.

Varias escenas incluyen líneas de diálogos basados, así sea laxamente, con los giros y los adornos de la ficción, en obras previamente publicadas. Entre éstos se encuentran las entrevistas de John Bigelow con Alicia de Iturbide, del capítulo "El encanto de su existencia", y con el ministro francés del Exterior, Drouyn de Lhuys, de "Pas possible", que están basadas en el libro de memorias de Bigelow, Retrospections of an Active Life; la entrevista de Alicia de Iturbide con Carlota, de "En el Grand-Hôtel", se basa en el artículo de Bigelow, "The Heir-Presumptive to the Imperial Crown of Mexico: Don Agustín de Iturbide" (Harper's New Monthly Magazine, April 1883); el diálogo del capitán Blanchot con el general Bazaine, sobre los rumores de la supuesta corrupción de éste, de "Una canasta de cangrejos", se basa en el texto del propio Blanchot,
Mémoires: L'Intervention Française au Mexique; y, finalmente, la visita de Bigelow a México y sus encuentros con Alice de Iturbide, del capítulo "Una visita inesperada", están basados en el diario de Bigelow de 1882, que se encuentra en la División de Manuscritos de la Biblioteca Pública de Nueva York.

Algunas cartas citadas parcial o totalmente (con algunas modificaciones para propósitos literarios) incluyen la de Pedro Moctezuma XV a Maximiliano, que se encuentra en el archivo Kaiser Maximilian von Mexiko, de la Biblioteca del Congreso, y la de Luis Napoleón a Maximiliano, procedente del libro Maximiliano y Carlota, de Egon Caesar Conte Corti, ambas consignadas en el capítulo "El archiduque Maximiliano de Habsburgo o AEIOU"; la de madame de Iturbide a su hijo Ángel, que está en "Pasada la medianoche", viene de los papeles de Agustín de Iturbide, de la Biblioteca del Congreso; la de A. [Agustín Gerónimo] de Iturbide a Maximiliano y la de Maximiliano a Alicia de Iturbide, proceden del archivo Kaiser Maximilian von Mexiko, Haus-, Hof-, und Staatsarchiv; la de Alicia de Iturbide a Maximiliano, ("El encanto de Su existencia"), de Retrospections of an Active Life, de Bigelow; la de Ángel de Iturbide a Maximiliano, del archivo Kaiser Maximilian von Mexiko, Haus-, Hof-, und Staatsarchiv; y la de Maximiliano a Carlota, que está en el capítulo "Uno sigue la derrota", de la traducción al español de la Correspondencia inédita entre Maximiliano y Carlota, editada por Konrad Ratz; la de Ángel de Iturbide a Maximiliano, procede de los papeles de Agustín de Iturbide, de la Biblioteca del Congreso ("En el Grand-Hôtel"); la de la condesa Hulst a Carlota ("Noche en la Ciudad Eterna"), de The Empress of Farewells, del príncipe Michael de Grecia; y las de Maximiliano a Alicia de Iturbide y a Josefa de Iturbide, de "El camino a Orizaba", proceden del Kaiser Maximilian von Mexiko Archive, Haus-, Hof-, und Staatsarchiv.

Una última palabra en relación con la investigación: no tiene fin. Esto puede ser cierto de cualquier período, pero es especial mente cierto tratándose del México de la década de 1860, puesto que la presencia de Maximiliano allí no tiene sentido si no se comprende el contexto, tanto nacional como internacional: americano, austriaco, belga, francés, prusiano, ruso, italiano, inglés, etcétera. Las historias, memorias y documentos mismos revelan sólo fragmentos y, en el mejor de los casos, muy pocos han sido traducidos. Para dar uno de muchos ejemplos, la monumental obra de memorias en tres volúmenes,
L'Intervention Française au Mexique, del coronel Charles Blanchot, el aide-de-camp del general Bazaine, no se ha traducido aún ni al español ni al alemán ni al inglés. En 2008 (más de 130 años después de la caída del Segundo Imperio Mexicano), el historiador austriaco Konrad Ratz, trabajando a partir de documentos alemanes previos aún sin traducir, publicó Tras las huellas de un desconocido, con importante información nueva sobre la educación de Maximiliano en su infancia; su período como gobernador de Lombardía-Venecia; su último doctor, Samuel Basch; el príncipe y la princesa Salm-Salm; y el sombrío padre Fischer. Ya había terminado y entregado mi manuscrito; la de Ratz fue la última investigación que pude utilizar en esta novela. No hay duda de que vienen más maravillas. Hay más archivos en los que pude haber buscado. También podría haber escarbado un agujero de aquí a China. Después de estos varios años de trabajo, con un gran suspiro, simplemente declaro: "lápices abajo".


Tomada del epílogo de la novela
El último príncipe del Imperio Mexicano
por C.M. Mayo
(Grijalbo, Random House Mondadori, 2010)
Derechos Reservados. © Copyright C.M. Mayo 2010.





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